sábado, 21 de octubre de 2006

Cueva del Monje por la peña del Tizo











A la Cueva del Monje, como a Roma, se puede llegar por distintos caminos. Hoy vamos a recorrer, precisamente, el que lleva su nombre, lo que nos permitirá contemplar, además de un extraordinario paisaje -que por otros caminos que llevan al mismo sitio no es posible, por la espesura del pinar- la Peña del Tizo (también la he oído llamar del Queso, seguramente por la forma en que se la ve desde el camino).

Para iniciar el Camino de la Cueva del Monje, debemos dirigirnos al CENEAM -para quien no sepa donde está, diremos que en la carretera que desde La Granja lleva a Navacerrada, dejaremos a la derecha la entrada a Valsain y, en la recta que se nos presenta, prácticamente a su mitad, a la izquierda, está la entrada a ese Centro-, en cuyo aparcamiento podemos dejar el coche y seguir andando, bien por el camino asfaltado, bien -mejor- por la pradera, hasta el edificio central que, dependiendo del tiempo de que dispongamos, deberíamos visitar.Una vez visitado, o no, iniciaremos nuestra ruta situándonos en la esquina izquierda, según le miramos, del edificio. Observaremos que a nuestra izquierda existe un pinar al que se llega por una pista asfaltada y en cuya entrada aparece una puerta metálica, a nuestra derecha, y dirigiéndose a la parte trasera del CENEAM, sale un muy visible camino de tierra -que será por el que volvamos del paseo-. Ninguna de estas dos opciones nos interesa ahora. La tercera opción, la que seguimos, es avanzar entre el asfalto y el camino, justo donde se encuentra la primera estaca verde de la "senda ecológica", para encontrar, entre jaras, el camino (1) que, poco a poco va cogiendo altura -no mucha, ciertamente- y nos permite ver, a la derecha, unas casetas de observación de aves y, al fondo las laderas de la pista que, desde Valsaín, conduce a la Fuenfría (2).
















Enseguida vamos a pasar una tranquera (3) y a intentar seguir el poco marcado camino, sin miedo de perdernos, pues tendremos, como referencia y siempre a la izquierda, como desde el inicio, el pinar cercado a cuyo vértice tendremos que llegar, ya sea siguiendo una línea recta imaginaria y el fondo de Peñalara o acercándonos a él. Una vez lleguemos a dicho vértice -desde el que ya se observa, al fondo a la izquierda, la peña del Tizo- veremos que el camino más marcado nos lleva a la izquierda, pero no le seguiremos, sino que iremos prácticamente de frente al Tizo (4) por otra senda menos señalada.
















Según nos vamos acercando a la peña (5), casi siempre entre jaras y pudiendo observar estupendos ejemplares de quercus, nos podemos pensar en subir hasta ella, lo que no tendrá dificultad alguna, si acaso sortear el caz que lleva el agua hasta el depósito del CENEAN, situado en el pinar que hemos dejado atrás. Las vistas desde el Tizo, son extraordinarias: Monte Pelado, las Camorcas, Montón de Trigo ... (6 y 7).



















Una vez recuperado el camino -si hemos decidido subir al Tizo-, al poco notaremos que se ensancha notablemente, pasando, en dos ocasiones, sobre el caz antes aludido (8) -que toma su agua del arroyo de Peñalara en una zona por la que andaremos al volver- antes de iniciar la subida (9) hasta la pista asfaltada que, desde la fábrica de maderas de Valsaín lleva hasta la primera de las Siete Revueltas. Una vez alcanzada esta pista, iremos por ella, a la derecha, durante unos cuantos metros hasta encontrar otra tranquera (10) que nos introduce en una amplia pradera, utilizada, en parte, como vivero y en parte como descargadero de troncos. Después de unos cuarenta y cinco o cincuenta minutos de paseo, ya estamos en la Cueva del Monje.































Hasta los años 80 hubo una casa de guardas (en la fotografía del principio, que estuvo colgada en Google Earth por "calvano", se aprecia una de sus esquinas) junto a los 4 guindos que presiden la pradera (11). La "cueva" (12), propiamente dicha, se encuentra a la derecha de estos guindos y su especial forma hizo pensar, durante algún tiempo, que se trataba de un dolmen y, como transcribo seguidamente, todavía el Ayuntamiento de La Granja parece darlo a entender.










"Son muchas las leyendas sobre este lugar, todas en torno al anacoreta que en un tiempo utilizó este abrigo natural, creado por la caprichosa acción de las duras condiciones que durante miles de años ha sufrido este conjunto megalítico". "Cuenta la leyenda que en un paraje llamado la cueva del monje se refugió el avaro hidalgo Segura. Mucho debía tener, pues al mismísimo diablo engaño ofreciendo su alma a cambio de poder y riquezas.Aún puede oírse su lamento en las frías noches de luna, viajando sobre las copas de majestuosos y centenarios Pinos de Valsain". Estos dos textos están sacados de la web del Ayuntamiento de San Ildefonso - La Granja (http://www.lagranja-valsain.com/turismo/Cueva-del-Monje.asp)

La realidad es que sí existe un dolmen conocido como "la cueva del monje", pero está en la provincia de Badajoz y del que se da noticia en http://es.geocities.com/rutasmegaliticas/carmonita.htm

En la obra de Víctor Luengo "Guadarrama, montañas de Luz", (Ediciones Desnivel), se dice que "En este valle existe un apilamiento de rocas, la Cueva del Monje, que hizo pensar en tiempos que se trataba de un dolmen, pero se trata de una formación natural, que da nombre al techo de la Sierra, Peñalara (2.430 m), la Peña del Ara, en alusión a la singular cueva.
Una leyenda habla de un tal Segura, vecino de Valsaín, que vendió su alma al diablo y, arrepentido de esta acción, se retiró a la referida cueva, para hacer vida de penitencia y oración, pero según dicen su alma todavía vaga por esos parajes... Otra leyenda cuenta que el senescal templario Hugo de Marignac, tras apropiarse de los tesoros de la Orden, se enamoró de una condesa que residía en el Palacio de Valsaín. Al no verse correspondido, buscó la ayuda de un hechicero que celebraba ceremonias nigrománticas en la citada Cueva del Monje y pactó con él que le revelaría el secreto de dónde se encontraba el tesoro, si a cambio el brujo facilitaba sus amoríos con la condesa. La cosa no debió acabar bien, ya que el caballero dio muerte al hechicero y desapareció. Desde entonces, en noches señaladas, cabalga en su corcel fantasmal por el valle".

Leyendas o realidades, dolmen o no, que será que no, la Cueva del Monje es un lugar especial, en el que, pese a la cercanía de la pista asfaltada, muy transitada por caminantes y ciclistas, se respira una tranquilidad inusual y donde se puede disfrutar no sólo de las espectaculares vistas que van desde los Claveles a Peñalara y Peña Citores, sino, frecuentemente, del avistamiento de no pocas de las aves que viven en el pinar o por él pasan, como, por ejemplo, la cigüeña negra que quien esto escribe tuvo la fortuna de avistar en pleno vuelo.

Una vez recuperados el cuerpo y el espíritu, podemos emprender la vuelta, que haremos por lugar distinto al de la ida, lo que siempre suele ser más entretenido. Volvemos a la pista y seguimos hacia la derecha durante unos cientos de metros para encontra
r, a la derecha, otra tranquera (13) que cierra el camino por el que iremos descendiendo hacia el CENEAM, pasando por la fuente del Ratón (donde recientemente se han colocado un banco y una mesa para poder disfrutar con comodidad de su agua) y, nada más pasar, otra vez, el caz que ya vimos en la ida, llegamos al vado de Navalongilla (14), donde un puente permite superar el arroyo de Peñalara, que no debemos pasar, sino seguir, a la derecha, por el excelente camino que nos conducirá al punto de inicio de este paseo.


























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lunes, 2 de octubre de 2006

EL COJON DE PACHECO

Segovia, octubre 2006


"Que a una peña solitaria y más o menos ovoidea se le llame cojón (con perdón) no es, si uno se para a pensarlo, tan raro. Más allá de la similitud formal, que la hay, existe un parentesco lingüístico, y es que a estos peñascos aislados se les denomina en la España castiza tormos o tolmos –el Tolmo de la Pedriza, sin ir más lejos–, voces que tienen su origen en la raíz indoeuropea 'tur-' (masa, bulto, hinchazón), la cual a su vez dio 'turma' (trufa, criadilla de tierra), que también vino a significar –por el parecido entre la criadilla que cría la tierra y la que cría el varón– 'testículo'. Visto así, lo raro es que el monte no esté lleno de cojones (con mil perdones).

Pero el caso es que sólo conocemos uno: el Cojón de Pacheco. El tal Pacheco era, según la hablilla popular, un fanfarrón de Valsaín que se jactaba de satisfacer cada noche a varias mujeres y al que sus vecinos le dedicaron el tolmo que hoy nos ocupa considerando que, para sacarle tanto jugo, esa parte suya tenía que ser de talla similar.

Chacota pura, claro está, pues es obvio que aquellos serranos no creían al fantasmón, ni que existiera relación alguna entre el tamaño de un testículo y el placer que un hombre puede deparar a una mujer, como tampoco hubieran creído que en el futuro tuviésemos que explicar algo tan obvio para que nadie se molestase.

La conseja no precisa la ocupación diurna del Pacheco, aparte de la de farolero, dando quizá por sabido que todos en este barrio de La Granja vivían del pinar: si no era leñador, era gabarrero o guarda forestal, o trabajaba en un aserradero. Tampoco determina la época en que pasó por este mundo ufanándose de su virilidad, pero tuvo que ser con anterioridad a 1931, por lo que enseguida se dirá.

Ese año, moría la tía de Alfonso XIII, la infanta Isabel Francisca de Asís, personaje de los más populares de la Corte y de los más asiduos de La Granja. De ella se cuenta que, en una de sus jornadas en el real sitio, paseábase con un guarda por el bosque cuando, al llegar ante esta roca que ya conocía de oídas, se hizo la tonta, la que no sabía el nombre, y el guía, no queriendo herir sus castos tímpanos –que, según se ve, no lo eran tanto–, le dijo que se llamaba la Pera de Don Guindo. La historia no recoge, y es lástima, la reacción de la dama ante esta mentirijilla pudorosa, pero nos es lícito imaginar su sonrisa picarona, como diciendo: “Ya, ya, la Pera...”

Aun siendo breve, el camino que lleva al Cojón, o a la falsa Pera, resulta pelín confuso por la mucha espesura del pinar y el laberinto que forman las vías de saca de madera. Así pues, con gran cuidado –al fin y al cabo, esto es una exploración testicular–, saldremos en su busca desde el kilómetro 127 de la carretera que baja del puerto de Navacerrada a La Granja, cerca de Boca del Asno".

Hasta aquí es un comentario encontrado en un par de páginas web que actualmente no están operativas ("Excursiones y Senderismo" y "Aliseda") así como en los diarios "El Mundo" y "El País", ignorando quien fue el primero y a quien en todo caso doy las gracias. También se hace mención a este Pacheco en una anécdota publicada en www.cronicasgabarreras.com, revista cuya lectura recomiendo encarecidamente a los que gustan de saber del Pinar de Valsaín.

Como quiera que los datos facilitados para acceder al "cojón", no me resultaron muy claros -la verdad es que el primer día que intenté encontrarle no lo conseguí- he decidido recrear la ruta con mis propios pasos, esperando que, ahora, esté clara para todo aquel que quiera seguirla.

Efectivamente, subiendo desde La Granja al Puerto de Navacerrada, al llegar al kilómetro 127 de la carretera existe, a la izquierda, una explanada en la que se puede dejar el coche y, un poco más abajo, sin necesidad de pisar el asfalto, una pista forestal que está cerrada al tráfico con una barrera, fácilmente franqueable por su parte inferior y donde empieza esta ruta (1).







Seguiremos el muy bien marcado camino que bordea las "Peñas Perdigueras" hasta llegar a un sitio llamado "Vado Zarzón" -ojo, llamado así, pero no se vadea aquí, ni en ningún otro punto de la ruta, arroyo alguno- donde existen varias desviaciones. Tenemos que girar, con el camino, a la izquierda y, seguidamente, a la derecha, tomando, de las dos opciones que entonces se presentan, también la de la derecha (2).


Avanzaremos por el camino, o arrastradero -que en el Pinar de Valsaín se confunden los unos con los otros en numerosas ocasiones- y al llegar a la primera bifurcación seguiremos por la derecha -existe un hito de piedras- (3); en la siguiente encrucijada será la izquierda por donde proseguiremos -allí pusimos otro hito de piedras- (4) y, en la próxima, a la derecha -el hito aparece un poco más adelante- (5).








Aquí se inicia una fuerte subida en la que podemos disfrutar de unos cuantos acebos -a finales de septiembre y primeros de octubre ya tenían fruto-, lo que nos permitirá, parándonos a contemplarlos, recuperar el aliento.

Más o menos a la mitad de la cuesta, junto a una roca, y señalizado por otro hito de piedras(6), se abre camino una poco señalada senda (aunque fácil de intuir en el terreno) -también ayudan otros pequeños hitos estratégicamente colocados- que nos va a subir al rellano en que se encuentra el "cojón".



Otra opción de llegar sin acceder por esa entrada, es seguir subiendo la empinada pendiente y estar atento a un hito situado encima de una roca, a la izquierda del camino, desde la cual se ve el siguiente y otro más, en línea recta, que nos conduce también hasta la piedra que buscamos.

El dato: En llegar al cojón se tarda menos de una hora y según mi gps la roca está situada a 40º 50' 50'' N - 4º 00' 49'' O y una altitud de 1.413 metros, aunque éste es un dato que, como supongo es sabido, varía según la presión atmosférica existente en el momento de la medición.






























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